(Del porno, al romanticismo de los pendejos)
Por aquel entonces, yo tenía 13 años, estaba delgada, aún me peinaba por las mañanas y no era tan ruda. Él, tenía 21 años, era el entrenador de basket de mi hermano, también se peinaba por las mañanas (mucho), y a parte de pederasta era “charnego” de profesión. Lo nuestro siempre fue un secreto, un secreto a voces...
En nuestra primera cita quedamos a las 7pm en la parada del autobús número 27. Yo me equivoqué de parada, y como en esa época no había teléfonos móviles -en la prehistoria?- nos encontramos al cabo de una hora. Sin comentarios. Luego fuimos a una cafetería y los dos pedimos un cacaolat (él frío, y yo, por llevar la contraria, caliente). Recuerdo que estaba cortadísima y que la conversación fue bastante patética -hubo conversación?-. De ahí mi trauma actual con las primeras citas y los cacaolats calientes: me quemé la lengua! No me enamoré de él, simplemente pasé por una fase aguda de obsesión juvenil hacia el sexo contrario (en esos tiempos solo hacia el sexo contrario). [Si tal enfermedad no existe, que la inventen]. Lo que más me gustaba de él eran sus orejas al más puro estilo “dumbo” y tocárselas trazando un leve movimiento giratorio, continuo, como si en cualquier momento tuviera que salir volando. Tal era mi estado de ingravidez hacia dicho sujeto que en una ocasión escribí su nombre en vez de el mío en un examen de historia, por eso tengo lagunas sobre la Revolución Francesa. También recuerdo sus dichosas palabras para mandarme al carajo: “no estoy seguro”, y que esa noche me la pasé comiendo galletas oreo hundidas en leche para ahogar las penas. Conservo muchos recuerdos de mi charneguito, mi garrulito tan cuco... A esto podríamos sumarle que siempre tenía los labios fríos, que en la tercera cita no nos dirigimos la palabra, y que nunca pudo acompañarme a casa porque si nos veían los vecinos seríamos el escándalo del barrio -más?-.
Al cabo de 7 años me lo encontré un día por la calle. Él estaba exactamente igual. Yo no. Curiosamente, ya no me pareció tan guapo, ni tan alto, ni tan charnego… eso si, de pronto sentí una leve tentación de tocarle las orejas, tal como solía hacerlo.. de delante hacia atrás, softly… Vuela, por favor, vuela!
Siempre hay un lugar para el primer “amor”. Un amor inocente, inmaduro. El amor que nos despierta el alma, y con el tiempo, la nostalgia.
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